Las empresas están sufriendo bajas en sus equipos como nunca antes. Sabemos que la pandemia trajo una revisión obligada para todos nosotros, pero también es consecuencia de estar más tiempo en casa, con nuestras familias y, principalmente, con nosotros mismos.
Llevamos casi 1 año y medio revisando lo que somos, lo que fuimos, lo que esperábamos de nuestra vida, lo que logramos. Nos cuestionamos absolutamente todo, le pusimos lupa y lo desmenuzamos cual lata de atún hasta no dejarnos ni una gota de agua. Sin tregua, y sin manera de esquivarle.
Ese cuestionamiento de nuestra realidad nos puso nuevas cosas en perspectiva, y nos demostró que muchas veces las empresas donde trabajamos no son los espacios donde quisiéramos pasar la mayoría de nuestro tiempo.
En principio se puso en jaque el balance entre la vida personal y la profesional, y fue allí donde tuvo (y tiene) más peso la vida laboral. En pandemia además, el nivel de responsabilidades creció, sobre todo para los que tenemos personas o menores a cargo. El trabajo para nosotros pasó a ser 24/7.
¿Y nosotros? ¿Dónde termina el tiempo para otros y empieza el tiempo para mí?
Ahí empezó la revisión para la gran mayoría: Si tengo que trabajar para vivir, al menos quiero trabajar de eso que me apasiona, lo que me brinde un propósito, lo que me despierte motivación personal y para la humanidad. Sí, no solamente estamos viendo el propósito como algo individual, ahora también expandimos nuestros horizontes hacia el resto de la humanidad.
Y acá es donde el mundo capitalista se puso en jaque: Las personas trabajábamos por dinero, para que luego pudiéramos disponer del tiempo restante de la jornada laboral para nosotros. Pero ahora eso dejó de parecernos justo.
Necesitamos más tiempo para nosotros, para nuestras aspiraciones y deseos.
El trabajo como lo conocemos nos empezó a oprimir. Las exigencias se volvieron desmedidas y lo que obtenemos a cambio ya no nos satisface. Resulta inminente tener la posibilidad de trabajar en ambientes que nos respeten, que nos vean, en donde seamos valorados, tenidos en cuenta y motivados. Necesitamos espacios personalizados, donde el bienestar común y la empatía se vuelvan valores cotidianos.
Las empresas enfrentan hoy un desafío en donde tienen que balancear sus aspiraciones de negocio frente a como atraen y retienen su talento. Porque si se descuidan, se verán con un plan de negocios muy prometedor, pero sin talento que lo desarrolle.
Es el momento para equiparar la cancha. El tiempo es de las personas, o no será.